Quinientos mil refugiados, cuarenta mil desaparecidos, treinta mil fusilados , un millón de presos políticos, ciento once campos de concentración, trescientos veinte mil asesinados por la represión, prohibición de todas las agrupaciones políticas y sindicatos…
En definitiva los pies de barro de una democracia, la española, cimentada sobre una dictadura: altos cargos en policía, empresas públicas, ejército y guardia civil; un jefe del estado e instituciones provenientes del antiguo régimen.
Se trató de edificar sobre un estercolero lleno de ratas sabiendo que los héroes de la democracia aún dormían en las cunetas. Y es que en España siempre existieron dos bandos: los fusilados y los que provocaron una guerra civil; los exiliados y los que se sentaron en un despacho; los olvidados y los héroes de la transición.
Hablo de los Carrillo o Pasionaria que empujaron al pueblo por un barranco y luego pactaron con los asesinos; o de los Fraga que cambiaron el águila por la gaviota para poder seguir vendiendo banderas en la Plaza de Oriente.
Muy bonito lo de libertad sin ira, la constitución y el ahora todos somos buenos, pero algunos sufrieron la Guerra Civil, la Segunda Guerra mundial y el exilio para terminar siendo los parias de una democracia que mira para otro lado. Los que debían haberlos defendido, estandartes de los actuales grandes partidos, tienen hoy un patrimonio muy a la derecha; aunque eso sí, se permiten el lujo de impartir cátedra sobre socialismo.
Sus grandes argumentos se resumen en el referéndum del 78, el de constitución o nada…
Y todavía estamos recogiendo los frutos de los pactos: una infame ley electoral; peleas entre comunidades autónomas que rompen el principio de solidaridad territorial; un senado reducto de políticos que no quieren complicaciones y a vivir del Estado; un espanta pájaros vestido de jefe de estado…
y cómo no la Ley de Amnistía.
¿Cómo es posible que los culpables sienten en el banquillo a quien trata de juzgarlos?
Este es el paradójico estado de derecho que nos dejan los padres de la transición, los que inventaron un cuento de hadas donde los villanos arrepentidos redimían sus pecados luchando por la democracia, una palabra violada por quienes se acostaron fascistas y amanecieron demócratas. Y al frente de esta dramatis personae repleta de partidos comparsa y políticos jugando al juego de la silla con cargos públicos, se encontraba su excelentísima alteza real que tomó el papel de príncipe azul en un final donde él y su corte se repartieron las perdices.
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